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La meritocracia: descendiente directa de la democracia

La meritocracia

~ descendiente directa de la democracia ~

By: William Meader

La democracia es el sistema político de más rápido crecimiento en el mundo actual.  Al revisar las últimas décadas, la difusión de los valores democráticos ha sido sorprendente. Los pueblos de todo el mundo han ido creando su propio tipo de libertad. De hecho, el anhelo de participar en comunidad y en las decisiones gubernamentales ha alcanzado un clímax histórico. Los muros del control totalitario se desmoronan en todas partes, debido a la “urgencia de ser libre” inherente al alma humana. El aumento de los ideales democráticos simplemente forma parte del proceso de comprensión del más alto propósito y potencial de la humanidad.  Al revisar la larga historia de la evolución humana, es posible determinar que la democracia estaba destinada a surgir, pues así lo exigía la evolución del espíritu humano. Sin embargo, desde la perspectiva filosófica perenne, la democracia no es la forma ideal de gobierno social, sino más bien un paso más hacia dicha meta.   Pues, en un futuro lejano, el sistema social de meritocracia va a sustituir nuestra sobre valorada forma de vida democrática. Sin duda, es una forma inevitable de gobierno destinada a insertarse en el tejido de la vida humana. La única incertidumbre es el factor tiempo.

La meritocracia es similar a la democracia, pero con un agregado importante. Si bien reconoce el valor de la participación plena en la sociedad, también aboga por  la importancia de incluir una jerarquía  por mérito en el panorama político y social. Es un sistema que enuncia que la sociedad debiese estructurarse en torno a las capacidades humanas y no en torno al bienestar económico o a los privilegios aristocráticos. Gracias a un estudio acucioso, se puede observar que el dinero y el mal uso del poder han constituido la fuerza que ha definido las diversas jerarquías existentes en las sociedades democráticas. Por ejemplo, aquellos individuos que manejan cuantiosos recursos financieros cuentan con un enorme poder para moldear las políticas públicas en beneficio de sus intereses personales.  Este hecho ha dado lugar a la diferencia de clases basada en el bienestar económico más que en el conocimiento y el carácter. La meritocracia elimina esta imperfección, según lo demostrado en de las democracias de hoy en día. Además, permite poner fin a las diferencias humanas basadas en la orientación religiosa o en la diferencia social. En un sistema meritocrático, la capacidad individual (y la disposición a utilizarla) constituye la piedra angular que define la influencia de una persona. Y con el fin de asegurar que puedan destacarse los mejores atributos de un individuo, la meritocracia requiere que todos los ciudadanos tengan acceso a las mismas oportunidades en educación.

Más importante aún, sin embargo, es comprender que existen dos orientaciones filosóficas sobre las cuales se basa la meritocracia. La primera (y más común) utiliza las competencias intelectuales y de personalidad como el indicador básico para determinar el mérito personal y, por lo tanto, la posición social.  Esta es esencialmente una forma de meritocracia basada en el ego, pues sugiere que los más inteligentes en su quehacer tienen el derecho de poseer mayor autoridad dentro de la sociedad. En cierta manera, esta perspectiva de meritocracia se basa en la teoría darwiniana de la evolución, que significa aplicar el lema de la “supervivencia del más fuerte” en un contexto político y social. Esto es meritocracia, pero no la forma que respalda la filosofía perenne.

La segunda opción filosófica (para expresarla de alguna manera) es una meritocracia sobre la base de la sabiduría, que utiliza los valores espirituales y la sabiduría como indicador de mérito y no la ambición intelectual o de la personalidad. Si bien también apoya la idea de que la influencia social debe ganarse, la sabiduría y el compromiso personal con el Bien son la piedra angular que define el lugar y la autoridad del individuo en la sociedad. Al mismo tiempo, la meritocracia definida espiritualmente reconoce que todas las personas son iguales en el nivel más profundo. Sobre esta base, dicha sociedad debe demostrar un respeto profundo por las cualidades únicas de cada ciudadano.  Sin embargo, también admite que existen amplias diferencias entre los individuos cuando se trata de la madurez espiritual y el desarrollo de la conciencia.

Al mirar las cosas desde esta perspectiva, puede observarse que la conciencia humana es jerárquica, como todo en la naturaleza. En otras palabras, existen dentro de cualquier sociedad individuos en diversas etapas del desarrollo de sus conciencias (entendido desde una perspectiva encarnacional múltiple). De esta forma, la meritocracia ofrece mayor influencia a aquellos que han demostrado una conciencia más amplia y sabia para mejorar la humanidad.

Un principio muy importante de esta forma de meritocracia es que la sociedad es un sistema de vida y que todas las personas que lo conforman necesitan encontrar el lugar correcto en alguno de sus estratos. Y lo que es muy importante es que el lugar correcto también define la contribución funcional que esa persona puede ofrecer a la sociedad en general. En cierta forma, lugar y función son idénticos. En una sociedad de este tipo, lo más parecido a la felicidad es cuando una persona ha encontrado su lugar correcto dentro del sistema de vida en general, sobre la base de la sabiduría que ha demostrado.

La conclusión lógica de lo anterior es que si todas las personas descubren su lugar en un sistema meritocrático, dicha sociedad sería prácticamente perfecta. Los crímenes disminuirían considerablemente (si no del todo), ya que estos a menudo se deben a un desajuste entre la persona y su lugar en el sistema, y también a las desigualdades relacionadas con la educación y las oportunidades sociales. Dichas desigualdades y desajustes podrían evitarse enormemente en una meritocracia definida sobre la base de la sabiduría. Sin duda alguna, es esto lo que conducirá finalmente a la humanidad a las puertas de la meritocracia.

La definición de meritocracia señala que una influencia elevada dentro de un sistema social está inversamente relacionada con el interés personal. En otras palabras, cuanto más sabia es una persona, menos atención le prestará a sus necesidades personales. Las necesidades de los demás como un conjunto se convierten en la preocupación de vida. A medida que se gana influencia en una meritocracia espiritual, la persona demuestra mayores grados de sacrificio personal, pues el todo es lo principal. La sabiduría solo logra aflorar cuando el individuo puede supeditar paulatinamente su identidad personal fundamental a la sociedad humana.

Esta mirada interior puede encontrarse en diversos grados entre los más iluminados de nuestra familia humana. Desafortunadamente, no forma parte de las personalidades muy inteligentes (aunque egoístas) que gobiernan muchos de los procesos democráticos hoy en día. El gobierno debe basarse en una visión auténtica de la unidad humana. Una apertura gradual del tercer ojo (a veces denominado el ojo de la visión) podría hacer esto posible. Cuando sea el caso, las decisiones estarán guiadas por una visión unificadora, que no servirá a intereses personales.  Esto es algo fundamental para la meritocracia del futuro.

En una meritocracia basada en lo espiritual, la educación igualitaria es mucho más importante de lo que es hoy en día, puesto que solo de esta manera se podrá reconocer y destacar las capacidades de todos los ciudadanos. La educación cambiará de tal forma que todos los temas se considerarán como relativos y contextuales. La sociedad logrará entender que las visiones polarizadas representan una expresión tanto de la verdad como de la mentira y que solo pueden entenderse desde el contexto de un todo más amplio. Es desde esta perspectiva más equilibrada que podrá aflorar la sabiduría, más que de las perspectivas estrechas y sesgadas tan presentes en nuestros días.  Llegará el día en que las personas ya no dirán: “He descubierto la verdad”, sino más bien “He descubierto una verdad”.

Además, se honrarán las diferencias religiosas en lugar de temerlas. Gracias al apoyo de la educación a la diversidad, aumentará el respeto por las diferentes perspectivas religiosas. Con la evolución de la meritocracia, cada vez será más evidente para los ciudadanos que las diferencias religiosas son esencialmente un tema de cuna y de crianza cultural, y que cada religión tiene algo que entregar por el bien del todo. A partir de esta interpretación, la distinción entre meritocracia y teocracia se vuelve evidente.

La teocracia es un orden social gobernado por una religión en particular. Sus líderes son exponentes de dicha religión y son relativamente intolerantes a las visiones opuestas, ya sean seculares o espirituales. Sin embargo, la meritocracia espiritual no es religiosa. Más bien, plantea que todas las formas de expresión humana tienen el potencial de ser espirituales (algo bastante diferente de lo religioso). En otras palabras, la espiritualidad no es exclusiva de la religión. La educación, el gobierno, la ciencia y las artes (solo para nombrar algunas de las formas de expresión creativa de la humanidad) son todos productos de la conciencia humana y, por lo tanto, son algo espiritual.

En algún momento, la meritocracia aflorará en la medida que la humanidad gradualmente supere los problemas inherentes a la democracia. Una de las dificultades obvias encontradas en los sistemas democráticos es que todas las personas tienen el mismo derecho a voto aun cuando la mayoría de ellas no ha sido educada apropiadamente en los temas para los cuales tienen el derecho de emitir un voto.  De hecho, en las sociedades democráticas de hoy en día, es difícil encontrar a un votante bien informado. Y puesto que una democracia toma decisiones sobre la base de la opinión de la mayoría, son las masas desinformadas las que están conduciendo el curso de la sociedad.

Este problema, inherente a la democracia, ha sido reconocido por siglos. Muchas de las grandes mentes de la historia han expresado su preocupación con respecto a esta falencia democrática.  El mismo Aristóteles manifestaba serias reservas sobre la democracia por razones similares. Sin embargo, mucho de esto se solucionaría en un sistema meritocrático. Debido a que la educación igualitaria es su función central, una meritocracia debiera educar mucho mejor a sus ciudadanos con respecto a la naturaleza de los temas en juego. Todos los asuntos se examinarían de manera equilibrada (porque la educación habrá fomentado un pensamiento ponderado). Como resultado de ello, las personas serían mucho menos propensas a las decisiones basadas en actitudes partidistas o frases cliché.

En cierta forma, fue una meritocracia lo que Platón proponía en su obra más famosa “La República”.  Él pudo vislumbrar los peligros evidentes que surgen cuando las personas con poder alcanzan posiciones de autoridad sin que las necesidades de la mayoría dirijan sus motivaciones. Como resultado de ello, las personas inteligentes, pero egoístas, toman decisiones contrarias al bien de la mayoría, aunque por lo general son beneficiosas para ellas. Platón creía que este es uno de los mayores problemas que enfrenta la civilización y la democracia. Por lo tanto, estaba convencido de que la sociedad debiera estructurarse de tal manera que los líderes iluminados afloraran naturalmente sacando las mejores cualidades evidentes en la naturaleza individual.

Para Platón, los méritos que constituyen la iluminación no difieren mucho de lo que ya hemos mencionado en este texto. Creía también que la sabiduría y un punto de vista inclusivo eran esenciales,  y que la razón inclusiva (una prerrogativa del alma) debía estar por encima de las pasiones personales. Además, consideraba que la virtud y un carácter impecable eran cualidades indispensables. Curiosamente, también pensaba que los individuos situados en los máximos niveles de gobierno debían carecer de bienestar económico o de propiedad privada. Si bien esto debía exigirse por medio de las leyes, las personas con tales niveles elevados de conciencia normalmente habrían considerado muy natural dicha renuncia. Esto es más bien lo contrario de lo que observamos en nuestros sistemas democráticos occidentales de hoy en día. Esta fue su solución para la sutil influencia de corrupción que ejerce el poder sobre las personas. Implicaba un elemento de sacrificio comprobado en el servicio a la sociedad.  Y, desde la perspectiva de la filosofía perenne, el sacrificio (entendido correctamente) es uno de los indicadores más poderosos de que el alma influye en la vida de una persona.

En este análisis, hemos visto que una meritocracia definida sobre la base de la sabiduría conlleva la esperanza de una civilización mucho mejor y más segura. Durante las últimas décadas, la democracia se ha difundido por el mundo, demostrando que el deseo de libertad y de participación social está aumentando. Esto es ciertamente un acontecimiento positivo, que constituirá la base del surgimiento de la meritocracia en algún momento del futuro. Como tal, la meritocracia es la descendiente directa de la democracia. Esta última ha ido lentamente reemplazando a la tiranía y al abuso totalitario que han controlado los asuntos mundiales durante los últimos siglos. El establecimiento de la libertad y de los ideales democráticos es un requisito esencial para que se instaure una meritocracia basada en la sabiduría.

Mientras el mundo ha estado penosamente sumido en diversas crisis durante los últimos años, de manera simultánea se han plantado las semillas de la meritocracia.  La legislación antidiscriminación, los esfuerzos para ampliar las oportunidades de educación a más personas (quienes en el pasado tenían poco acceso a la educación superior) y el desarrollo de mediciones efectivas de las capacidades representan algunas de las semillas que apoyan el surgimiento de la meritocracia. Hay que reconocer, eso sí, que aún queda mucho por hacer. Sin embargo, siempre debemos recordar que para comprender la evolución de la civilización, se requiere una visión amplia. Solo cuando observamos la naturaleza cambiante de la cultura y la civilización a lo largo de muchos siglos, podemos apreciar su progreso. Y es esta misma perspectiva amplia (proyectada al futuro) la que se necesita para ver la certeza de un mundo meritocrático. Ese tiempo ciertamente llegará, y cada uno de nosotros tiene la capacidad para preparar el terreno donde plantar este futuro promisorio.

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